Nietzsche (1844- 1900), filósofo alemán que encarnó en su propia vida el concepto decadentista de genialidad, es el mayor crítico de los valores de la cultura heredada en nombre del mundo que está por venir. De entre sus obras destacan Más allá del bien y del mal, La Gaya Ciencia, Aurora, Así habló Zaratustra, Humano, demasiado humano.
Schopenhauer (1788- 1860), filósofo alemán muy influyente durante el siglo XIX y principios del XX, es el filósofo de la misantropía y la identidad femenina. Crítico de la cultura europea, escribió su ontología romántico- naturalista en El Mundo como voluntad y representación y sus reflexiones político-morales en la forma aforística en los Parerga y Paralipómena.
1. Schopenhauer y las mujeres.
Su filosofía parte de la pérdida del sentido. Se deshizo de la oposición naturaleza, espíritu, presente en el Idealismo, argumentando que todo lo que existe es manifestación de una potencia previa y ajena, que obra sin fines, a la que llamó Voluntad. Lo único que esa potencia, en si incognoscible, parece buscar es mantenerse en el ser; para ello posee sus estrategias, y la dimorfia sexual es la más característica. La división entre los sexos es natural, no meramente funcional o normativa. Los sexos son modos de existencia perfectamente diversos y divergentes. El sexo masculino es reflexivo y el femenino es inmediato. Las mujeres no alcanzan la madurez, sino el acné. A los dieciocho años existen como lo que van a seguir siendo, no tienen desarrollo ulterior; los varones, sí. El ser femenino es una estrategia de la Naturaleza, un efecto teatral mediante el cual ésta se perpetúa. Por reflexión, la cadena del ser no funcionaría, de ahí la necesidad de la argucia. La Naturaleza pretende su perpetuación, y el ser femenino, que es una manifestación inconsciente de esa potencia, también lo quiere porque tiene su esencialidad en trascenderse a sí mismo en otro (la mujer es la trampa que la Naturaleza le pone al varón para perpetuar esa cadena de sufrimientos que se llama “vida”).
Las mujeres no saben qué son: se creen individuos destinados al amor, y ellas mismas ignoran que el propósito de la Naturaleza es que, como las hormigas, acabada la cópula, pierdan las alas.
Son seres libres de angustia con inteligencia sólo para lo inmediato. En su visión del mundo no interpretan ni calculan fines. Varones y mujeres son esencias absolutamente separadas, modos de ser en el mundo incompatibles que se unen exclusivamente a efectos de reproducir la especie. Las mujeres no tienen inteligencia, equidad ni virtud.
En lo femenino no están las características propias de lo humano. Toda inteligencia y toda virtud han sido sustituidas por la astucia. Por ello, la mujer no es exactamente inmoral, sino que al ser absolutamente natural, no es moral. De ahí que las mujeres no puedan ser ciudadanas: son perjuras.
Ninguna mujer puede escapar a esta caracterización porque las mujeres son el sexo idéntico. No hay entre ellas diferencias, no tienen principio de individuación. Lo femenino guarda la especie, cumple con ella traicionando al individuo. Los varones la multiplican. Las mujeres saben inconscientemente que ese pervivirse de la especie no lo pueden realizar sin ellos, pero ni siquiera esta conciencia es positiva: no son abstractas.
Todas las mujeres son enemigas entre sí, y ello depende de su ser natural, porque todas ellas no tienen más que un mismo oficio y un mismo negocio. Puesto que sus diferencias son aparentes y pueden suprimirse con facilidad, ellas hacen más visibles los signos de pertenencia a un estatus. La identidad defectiva de las mujeres se soluciona por hiper-representación. La sociedad crea en ellas distancias que no poseen: son idénticas y sin embargo se les concede a algunas la apariencia de la individualidad. La “dama europea”, relativamente dueña de sí, es una vergüenza para la razón. Todas las mujeres deben ser seres de harén, y en esto las culturas orientales se han mostrado más sabias que Europa. Las mujeres no deben tener derechos y deben ser educadas en la sumisión. De no hacerlo así, se las hace infelices colectivamente. Por el contrario, sería benévolo darles una existencia asiática, porque para que algunas sean individuos otras tienen que ser sacrificadas y las sacrifican las propias mujeres: son las prostitutas. La monogamia, que debería ser suprimida, es responsable de esto. Las mujeres, interesadas en la monogamia, que no tienen virtud sino espíritu de cuerpo, sacrifican a las demás. Para que algunas sean señoras que administren el acceso sexual, otras deben renunciar completamente a la castidad y al matrimonio. La realidad es que en todas partes sólo la poligamia funciona de hecho. Se trata de organizarla. Para finalizar, la mujer está destinada por naturaleza a obedecer, es el segundo sexo. Si se le concede la libertad, no sabe administrarla: “la mujer necesita un amo”.
2. Texto.
“Los hombres son naturalmente indiferentes entre ellos; las mujeres son por naturaleza enemigas. Esto debe depender de que (---) la rivalidad, que está limitada entre los hombres a los de cada oficio, abarca en las mujeres a toda la especie, porque todas ellas no tienen sino un mismo oficio y un mismo negocio (...) entre las hembras son infinitamente mayores las diferencias de alcurnia que entre ellos (...) La posición social que ocupa un hombre depende de mil consideraciones; para ellas una sola decide todo: el hombre a quien han sabido agradar. Su única función las coloca en un plano de igualdad mucho más señalado, y por eso tienden ellas a crear entre sí diferenciaciones de categorías”. (...) “Las mujeres no tienen ni el sentimiento ni la inteligencia de la música, ni tampoco de la poesía ni de las artes plásticas. El hombre se esfuerza en todo por dominar directamente, ora por la inteligencia, ora por la fuerza; la mujer, al contario, está siempre y en todas partes sujeta a una dominación absolutamente indirecta: esto es, no tiene poder más que por mediación del hombre (...) ¿Qué puede esperarse de las mujeres si se reflexiona que ese sexo no ha podido producir en el mundo entero un solo ingenio verdaderamente grande, ni una obra completa y original en las bellas artes, ni un solo trabajo de valor perdurable, sea en lo que fuere? (...) Excepciones aisladas y parciales no alteran en nada las cosas: consideradas en conjunto, las mujeres son y serán las nulidades más completas e irremediables”
(Schopenhauer. Eudemonología, Parerga y Paralipómena)
3. Cuestiones para trabajar:
1. ¿Cuál es ese “mismo oficio” y “mismo negocio” de todas las mujeres, según Schopenhauer? ¿Sigue siendo así en la actualidad?
2. ¿Puede seguir diciéndose hoy en día que la posición social de una mujer depende exclusivamente del hombre a quien ha sabido agradar?
3. Los defensores de los derechos de las mujeres, desde el Renacimiento (siglo XVI), solían argumentar con largas listas de mujeres que se habían destacado en las artes, las ciencias, el coraje, la filosofía, etc. ¿En dónde muestra Schopenhauer conocer esos casos de mujeres destacadas y cómo se defiende ante este argumento? ¿Existe o no existe contradicción en su rechazo de este argumento?
Hegel (1770-1831), figura principal del idealismo alemán, realizó el último intento de gran filosofía sistemática. Sus obras más influyentes son Fenomenología del Espíritu, Ciencia de la Lógica, Enciclopedia y Filosofía del Derecho, a las que hay que añadir sus Escritos de Juventud y sus Lecciones, que se publicaron póstumamente.
1. Hegel y las mujeres.
Hegel parte de que no se puede pensar el concepto de Humanidad tratándolo unitariamente, sino que en el seno de lo humano hay dos leyes: la del día- masculina, estatal- y la de las sombras- femenina, familiar-, cuyo continuum y colisiones forman la existencia misma de lo humano. No es naturalista porque ambas leyes no remiten a la existencia natural de los sexos, sino a su existencia en comunidades normativas, a las que Hegel llama “eticidad”. Los sexos tienen, sin duda, realidad natural, pero tal realidad está fuera de la única sustancia viviente, el Espíritu. Sin embargo, en la realidad espiritual, el sexo permanece como característica porque cualquiera que existe como conciencia pertenece a una de esas dos formas: es varón o mujer. Ser una cosa u otra quiere decir que esa conciencia acata una ley que no ha inventado y, quiera o no, en ella habrá de vivir. La división de los sexos resulta del orden de la Naturaleza puesto que la especie es dimorfa, pero no pertenece a él: cada colectivo arrastra su ley. El masculino es diferenciado y consciente; el femenino es genérico y “lo consciente de lo inconsciente”, es decir, más cercano siempre a la Naturaleza en sí misma.
Lo que unifica a las mujeres es la serie de figuras que se pueden dar dentro de su ley. Pertenecientes a la familia, está fuera de la ciudadanía y de los intereses universales. Tampoco tiene individualidad en un sentido fuerte: son la madre, la hermana, la esposa, la hija, es decir, figuras genéricas. Lo femenino ama y desea genéricamente, mientras que lo masculino lo individualiza. “En el hijo ha traído la madre al mundo a su señor”, afirma Hegel, La ley de la familia no contempla, en efecto, la individualidad, así como tampoco el deseo individualizado ni la reflexión en los intereses de la comunidad estatal. Por ello, Hegel afirma que las mujeres son “la eterna ironía de la comunidad”. Ejemplifica sus ideas analizando las tragedias griegas en la Fenomenología.
Los varones han de vivir para el Estado; las mujeres, para la familia. Sin embargo, dado que en su juventud los varones son remisos a su destino estatal, lo que los hace potencialmente peligrosos para la comunidad, y dado que se apoyan en las mujeres para evitar su propia ley, el Estado debe, mediante la guerra, promover su incorporación a las tareas que les son propias y borrar en ellos todo rasgo familiar. De no ser así, la decadencia acecha a cualquier sociedad en la que varones y mujeres, al no comportarse según sus leyes propias, perviertan la ciudadanía y los fines universales.
2. Texto
“Un sexo es, por lo tanto, lo espiritual como lo que se desdobla por un lado en la independencia personal que existe por sí y por otro en el saber y querer de la libre universalidad, en la autoconciencia del pensamiento que concibe y el querer del fin último objetivo. El otro es lo espiritual que se mantiene en la unidad como saber y querer de lo sustancial en la forma de la individualidad concreta y el sentimiento. Aquél es lo poderoso y activo en referencia a lo exterior, éste lo pasivo y subjetivo. El hombre tiene por ello su efectiva vida sustancial en el Estado, la ciencia, etc., y en general en la lucha y el trabajo con el mundo exterior y consigo mismo (...) . En la familia encuentra la mujer su determinación sustancial y en (la) piedad su interior disposición ética.
(...) Las mujeres pueden por supuesto ser cultas, pero no están hechas para las ciencias más elevadas, para la filosofía y para ciertas producciones del arte que exigen un universal (...) El Estado correría peligro si hubiera mujeres a la cabeza del gobierno, porque no actúan según exigencias de la universalidad, sino siguiendo opiniones e inclinaciones contingentes”
(G. W. F. Hegel. Principios de la Filosofía del Derecho)
3. Cuestiones para trabajar:
1. En la época de Hegel, las mujeres tenían prohibida la entrada en la Universidad para realizar estudios superiores, tampoco podían acceder a cargos de gobierno. ¿Cómo justifica el filósofo esta exclusión?
2. ¿Cuál es el destino de cada uno de los sexos según Hegel? ¿Sigue actualmente pensándose lo mismo? Señala ejemplos de continuidad de este tipo de pensamiento.
3. El ejercicio del voto implica “la autoconciencia del pensamiento que concibe y el querer del fin último objetivo” (objetividad en la elección de fines válidos para todos, universales). ¿Según el texto, serían las mujeres capaces de votar para elegir un gobierno justo? ¿Podrían ser jueces imparciales en los Tribunales?
El mito, igual que el pensamiento racional, da cuenta del origen y el por qué de las cosas, del orden del universo y del lugar que se da a cada cosa en ese orden.
La expresión “filósofo rey”, como tal, no aparece en la República, y se utiliza solo porque así lo marca la tradición filosófica. Lo que sí escribe Platón es que los filósofos han de gobernar, y detalla cómo deben ser educados para tal fin. El filósofo rey es el mejor gobernante porque une la sabiduría con el poder político. Solo quien conoce la idea de Bien puede practicarla, promulgando buenas leyes y estableciendo la justicia. De igual manera que navegar o curar las enfermedades no está al alcance de todos sino solo de los que han estudiado para ello, lo mismo sucede con quien debe gobernar. El filósofo, que es el especialista en la armonía del conjunto y en la idea de Bien, es quien mejor capacitado está para dar unidad a la Ciudad. La teoría del alma es indispensable para gobernar porque es necesario que haya una armonía entre la forma de ser profunda del hombre, su alma, y la actuación política. El filósofo, que no se pierde en el mundo de las imágenes y las sombras de las cosas sensibles, ha superado las opiniones, la caverna y, además, al haber sido educado como los buenos soldados, no conoce el miedo que tantas veces paraliza a los intelectuales. El deseo de conocer supera en él al deseo de poseer.
El proyecto platónico, y el establecimiento de una Ciudad justa, requerían la construcción de nuevos mitos como modelos morales pero siempre estuvo en contra de la utilización de los mitos en tanto que inventores de falsos mundos. Y lo mismo sucede con los poetas y los artistas. Le gustaba la poesía si servía a la educación de los ciudadanos y si promovía el respeto a los dioses, pero censuraba a los poetas por engañadores. Era necesario construir nuevas y hermosas “mentiras” para justificar que la Ciudad debía fundamentarse en el alma y en la razón, en vez de hacerlo en la violencia como en la tradición homérica. Si Platón se opuso a los poetas hasta expulsarlos de la Ciudad justa es porque consideraba la poesía como una especie de “veneno para la mente”. La señoría sobre uno mismo, la areté propia de los grandes hombres resulta incompatible con los excesos líricos y la emotividad. Poetizar, es decir, caer en manos de lo que el filósofos denomina “la musa dulzona” era una manera de confundir la metáfora con el concepto que finalmente podía resultar peligrosa para el conocimiento de la verdad. El auténtico conocimiento no es, en Platón, de carácter sensible, sino que depende de su proximidad a una Idea trascendente. Lo que ofrece la poesía son simplemente opiniones, sentimientos que cambian y se extinguen. A Platón le interesaba otro ámbito: el de lo permanente y trascendente.
“Sabes que Cristina quiere matar a tu amiga María, que acaba de levantarse de su silla en el bar. Cristina se acerca y te pregunta si sabes dónde está María. Si le dice la verdad, Cristina encontrará a María y la matará. Si mientes y le dices que viste a María irse hace cinco minutos, Cristina estará fuera de escena y María podrá huir. ¿Qué debes hacer, decir la verdad o mentir?
Para comparar a ambos autores debemos tener en cuenta que ambos se preocupan por hacer un análisis social de su época: Platón en La República, donde expone la necesidad de crear una sociedad más perfecta, y Marx a lo largo de toda su obra, donde propone también un cambio social importante. Para ambos, la sociedad en la que viven es una sociedad injusta: Platón ve cómo es condenado su maestro Sócrates por una democracia que él rechazaba y consideraba injusta, y Marx opinaba que la sociedad capitalista en la que vivía explotaba al obrero. En este sentido podemos decir que ambos autores realizan un análisis crítico de la sociedad de su época y muestran su descontento con la situación existente; de ahí que también ambos elaboren sendas teorías sobre cómo mejorar la sociedad en la que se encuentran.
Epistemológicamente.
Si analizamos las cuestiones epistemológicas, vemos que existe una oposición frontal entre ambos pensadores. De entrada, Platón rechaza el mundo sensible como fuente de conocimiento y sitúa la verdadera realidad en el mundo de las ideas. Marx, por su parte, determina que el conocimiento de las relaciones de producción es la base para conocer la sociedad de su momento y, por lo tanto, si se desean conocer los valores epistemológicos, morales y políticos de las personas, es necesario estudiarlos en las relaciones que ellos mismos tienen con la producción, con la realidad de su vida.
Metafísicamente.
Existe otra diferencia radical entre ambos autores en lo que se refiere a la ontología. Para Platón, en el dualismo entre mundo sensible y mundo inteligible se decanta por este segundo, donde dice que reside la auténtica realidad, que es inmutable e imperecedera. Pero para Marx la realidad es la que se impone dentro de la materialidad, que a su vez condicionará la superestructura.
Antropológicamente.
Platón necesitaba justificar la existencia de un alma eterna que vivía en el mundo sensible para poder desarrollar después su epistemología; s justo todo lo contrario a Marx, que era partidario de un monismo antropológico, donde el hombre es un ser material que va haciendo o produciendo su vida en sociedad. Si bien para Platón la reencarnación del alma determinaba la clase de vida que llevaría el alma encerrada en un cuerpo, para Marx será el sistema de producción el que condicione y determine la clase de vida que llevará el hombre.
Éticamente.
Ética y moralmente tampoco parecen guardar muchas similitudes. Para Platón, el bien era una idea universal y eterna y estaba relacionado con el conocimiento, pues solo el conocimiento puede acercarnos a la idea de bien. Para Marx, por el contrario, la moral es parte de la superestructura social y, por lo tanto, está condicionada por la ideología, dominada por los grupos que ostentan el poder. La moral está ideologizada por parte de los poderosos, que intentan imponerla a favor de sus propios intereses.
Políticamente.
En Platón la idea de justicia ocupaba uno de los escalafones principales en la jerarquía de las ideas. En política la justicia implicaba el ideal a seguir y todo el mundo debía colaborar en perfecta sintonía con el Estado. Tanto es así que todos se benefician de todos en este Estado ideal de Platón, y a los gobernantes se les impide tener posesiones. A diferencia de Marx, Platón sí contempla distintas clases sociales en función de las cualidades de cada uno y realiza una división del trabajo muy determinante. Para Marx era la producción la que marcaba el paso de la estratificación social, de modo que la infraestructura condicionaba la idea de justicia y la ideología del pueblo. Por eso, según Marx, es necesario un cambio en la economía, en el sistema productivo, para poder efectuar una transformación en la sociedad y en su ideología.
Si bien es cierto que ambos autores divergen mucho en torno a la organización de la sociedad y a la estructuración de la misma, tenemos que decir, por el contrario, que la sociedad que perfilan ambos autores como ideal no deja de tener intenciones muy parecidas: son sociedades justas donde todos pueden sentirse beneficiados de todos y donde se cubren las necesidades vitales del hombre, que no padece ni sufre para poder desarrollarse como tal. Tanto en Platón como en Marx, la actividad era un elemento definitorio del hombre; de ahí que ambos concedan mucha importancia al trabajo o actividad que el sujeto desarrolla en la sociedad.
(Ruiz Sánchez J.C. Historia de la Filosofía. Bachillerato 2. Andalucía Canarias. Editorial Mc Graw Hill.2013)
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