Te lo desmonto con tres argumentos:
1.Si nos enfadamos es porque tenemos motivos, ¿quieren que hablemos de feminicidios con una sonrisa?
2.Se critica el tono de enfado como una excusa, lo que realmente les molestas es el mensaje.
3. Dejaremos de estar enfadadas cuando se acabe el machismo.
Esta frase da muchísimo de sí y es el ejemplo perfecto de cómo se intenta estigmatizar e invalidar nuestra lucha y derechos aludiendo a…¡que nos enfadamos! Vaya por dios. Nos recuerda mucho al típico: “calladita estás más guapa”, parece ser que el sistema habitualmente encuentra otras formas para terminar diciendo lo mismo.
“Las feministas están siempre enfadadas”. Esto forma parte del tone policing, es decir, una falacia que consiste en poner el foco en el tono de alguien que ha expresado un punto de vista, descartándolo por ser emocional o de enfado en lugar de abordar la sustancia de lo que dice esa persona. Forma parte de una técnica para invalidar al otro: me centro en tu tono y te invalido absolutamente todo lo que has dicho y no hablamos del tema en cuestión.
En el caso del feminismo, la estrategia es dejar de lado las razones legítimas que nos hacen luchar por nuestros derechos y reducirlo todo a una mera expresión de enfado o frustración sin contexto ni motivos. Esto también nos recuerda bastante a la lógica de un maltratador psicológico: “te llevo al límite y, cuando pierdes las formas, señalo que te has alterado”. Cuanto más analizo esta frase, más preocupante me parece.
El feminismo va de esto, ¿no? De señalar todos los elementos estructurales que nos oprimen y nos violentan: estamos hablando de feminicidios, de violencia sexual, de la presión estética que tenemos encima, de las cargas que implican la maternidad, la doble explotación laboral, de un sistema que merma nuestra autoestima para hacer negocio, de tener miedo por la calle, de ser invisibles a medida que cumplimos años, de cobrar menos por ser mujeres… ¿Quieren que hablemos de todo esto con una sonrisa en la boca? Porque es una falta de respeto a nuestra lucha y a nuestros derechos. El feminismo no es una reacción irracional, sino una respuesta racional a siglos de opresión.
Pero, aunque todo esto lo tengamos claro, estas frases calan muy profundamente. Y aquí se presenta la eterna dicotomía: estás en una mesa con gente o en un grupo de WhatsApp y alguien suelta la típica frase machista de mierda y, claro, ¿qué haces? Saltas y respondes, exponiendo la burrada que ha dicho, o te quedas callada porque si no eres la pesada del grupo, a la que acusan de ser una “exagerada” “loca” o “histérica”. La presión que tenemos encima es brutal porque el calado que hay detrás de todo esto es una medida correctiva para que no denunciemos la violencia que sufrimos. En el caso de que se nos ocurra hacerlo, seremos repudiadas por el grupo. Se entenderá que somos nosotras las que creamos una incomodidad, cuando debería estar claro que el origen es el machirulo de turno que ha dicho una burrada.
Y es que, a ver, el feminismo que no incomoda es marketing. Esto no es un simple eslogan manido que repetimos de forma superficial, sino una realidad que nos hemos de grabar a fuego. ¿Os imagináis una huelga de la clase obrera que no incomode, donde la prioridad sea respetar los sentimientos de los propietarios capitalistas y la patronal? ¿Por qué a la lucha feminista se le exige que priorice no molestar al opresor? Es absurdo.
El problema de fondo es que al sistema no le gusta ni le interesa que las mujeres incomoden. No se atreve a adentrarse en nuestro discurso o lo que estamos diciendo porque tampoco interesa escucharnos. Es mucho más fácil rechazar algo por el envoltorio y no por el contenido.
Esto nos deja en una encrucijada: por una parte, como feministas tenemos que denunciar las opresiones y violencias que sufrimos; por otra, no podemos estar enfadadas y no tenemos que incomodar a los hombres. Para variar, se nos exige a las mujeres que seamos dulces, suaves, empáticas, hasta para el activismo. Al enmarcar la lucha feminista como un enfado, se despolitiza el discurso y se trivializan nuestras demandas, reforzando la idea de que las mujeres debemos mantenernos en el espacio emocionalmente controlado que la sociedad pretende asignarnos.
Y no solo eso, sino que también se nos responsabiliza de no conseguir que los hombres se interesen por el feminismo o hasta de que les genere rechazo nuestro movimiento. Da igual lo que pase, que la culpa siempre es nuestra. No solo nos hemos tenido que deconstruir e identificar los inputs machistas del sistema, sino que encima tenemos la obligación moral de propagar el mensaje, hacer pedagogía y transmitir nuestras reclamaciones bajo algodones para que nadie se ofenda.
Y aquí va el mensaje: tenemos derecho a estar enfadadas, habrá mujeres que sean más pedagógicas que otras, habrá mujeres que tengan más paciencia, y habrá mujeres que tengan una forma de comunicar que sea más directa y contundente. No nos olvidemos de que el feminismo no es una fiesta, es una reivindicación, una lucha. Y estamos hartas. El activismo feminista se nutre de la indignación frente a la violencia, la desigualdad y la opresión. Como han señalado muchas teóricas feministas, el enfado puede ser una fuerza transformadora, ya que moviliza a las personas para luchar por el cambio. En lugar de descalificar ese enojo, deberíamos preguntarnos qué lo provoca y qué cambios sociales necesitamos para construir una sociedad más justa.
NUESTRA RESPUESTA: LAS FEMINISTAS NOS ENFADAMOS CUANDO TENEMOS MOTIVOS
(Júlia Salander. Fuego al machismo moderno. Penguin Random House Grupo Editorial. Barceelona. 2025)